El director general de la Caja Rural de Zamora hace un repaso por su extensa trayectoria en la entidad

El recinto ferial de Ifeza ha vivido uno de los momentos más emotivos de la noche cuando el director general de la Caja Rural de Zamora ha subido al escenario para pronunciar su discurso. Unas palabras en las que ha hecho un repaso por su extensa trayectoria en la entidad, desde su incorporación el día 3 de enero de 1973, hasta la actualidad.

Un discurso plagado de recuerdos, de referencias personales y de agradecimientos. Un discurso dedicado a su familia por los sacrificios hechos estos años y a unos compañeros de trabajo que le han acompañado en todos estos tiempos.

Reproducimos a continuación la intervención íntegra del director general de la Caja Rural de Zamora

“El día 3 de enero de 1973, se dice fácil, fue el día que cambió mi vida. Entré a trabajar en Caja Rural y hoy, lo sigo recordando como un hito trascendental.

Mi director, Enrique Periáñez, un señor con mucho carácter, que al cabo del tiempo, cuando sintonizamos, resultó ser una persona afable y cercana.

Recuerdo también a José Luis Santos, que era el interventor, y el que me facilitó la entrada en la entidad, algo que siempre le agradeceré, y con quien compartí muchas conversaciones.

Con el tiempo, comencé a proponerle muchas iniciativas de cambio y de desarrollo.

Ante tanta insistencia mía, y muy paciente él, en algunas ocasiones me decía: “Cipriano, ¿dónde vas tan deprisa? que eres muy joven, ¿quieres llegar a ser director?,

Os aseguro, que en aquellos momentos ni se me pasaba por la imaginación tal cosa.

El cajero, Don Gabriel, era mi responsable directo, y mi ocupación era fácil y sencilla: hacer todo lo que me mandasen y por encima de todo atender las necesidades propias de la caja de ese momento.

Entonces no había internet y toda la documentación se presentaba presencialmente: Hacienda, Banco de España, INNS,  etc… , allí estaba yo, con mis 15 años defendiendo los intereses de la Caja, con algunas discusiones con algún empleado público.

En alguna ocasión, después de algún rifirrafe, Don Gabriel me llamaba y me decía: “tranquilo, a ver, Cipriano, que me han llamado otra vez, que ese chaval que mandas se ha vuelto a enfrentar. Tómate la vida más tranquila Cipriano, me decía.

Yo argumentaba en mi defensa, como era lógico, los intereses de la Caja.

No sé si fue por evitarse problemas, lo cierto es que con 17 años pasé a ser ayudante de caja. Una gran satisfacción para mí, tan joven y con aquella responsabilidad. Allí coincidí con mi entrañable amigo Félix Polo, con quien conviví unos años preciosos, junto con Gaspar y Juan Viñas. La verdad es que éramos un grupo estupendo.

En el año 78 me fui a la “mili”, cuando volví a primeros del 80, venía convencido de comerme el mundo, tenía que situarme, como decía mi madre.

Ese verano, no me fui de vacaciones, le ofrecí a Pajares, jefe comercial de la Caja, que me probara en tareas de su área.  Me dio la oportunidad, me envió a Villafáfila, ya entonces una oficina importante. Me esforcé al máximo y con la ayuda de muchos amigos de la zona, que todavía conservo, (Manolito, Jesús, ) conseguí que mi jefe me incorporara a su equipo.

Con el tiempo entablé una relación de complicidad y de cariño, casi filial, desarrollando mi actividad bajo su tutela. Siempre me arropó y me apoyó en las muchas iniciativas. Me dio muchos consejos, ante mis inquietudes me recordaba algo que hoy tengo más presente que nunca: “Cipriano no intentes arreglar el mundo, al que se mete a redentor lo crucifican los suyos”… que razón tenía…

El trabajo de los empleados de la Caja en aquella época era distinto: las mañanas, a atender en las oficinas, y las tardes y noches a visitar a puerta fría a los clientes.

En una de esas visitas, en Villamor de los Escuderos, en casa de Esteban, una noche, coincidí con un señor alto y resuelto, era el veterinario del pueblo, se llama Rafael Sánchez Olea. Debatimos y conversamos sobre lo que en aquel momento era una entelequia: Cobadu. Cuantas reuniones, cuantos momentos, conversaciones, discusiones y decisiones. ¿Quién nos iba a decir aquellos días lo que hoy es Cobadu y la Caja Rural de Zamora?

En aquellos días hubo un director de oficina, Ángel Andrés (Tito), que destacaba profesionalmente y que con el tiempo se convirtió en mi hermano.

En su zona era un número 1 y fue capaz de vislumbrar la posibilidad de negocio en Madrid. Le propuse acompañarlo en este cometido, y si era duro en Zamora la labor comercial a puerta fría, imaginaros en Madrid visitando a clientes de noche por Carabanchel, Vicálvaro, Alcorcón, etc…

En esos tiempos no valorábamos el riesgo personal, era beneficio para la Caja, y ese germen, es el que hoy estamos desplegando en Madrid.

La caja, a mi modo de ver, ha desarrollado en el tiempo muchas y buenas iniciativas, aunque algunas de ellas han pasado desapercibidas. La Caja siempre ha estado dispuesta a atender proyectos, y también se ha erigido como promotora de ideas.

Quiero destacar entre muchas, cuando a finales de los 80, y ante una importante crisis de precios en la leche de ovino, producto referente en la economía zamorana, promovimos un departamento específico de cooperativas que, en el tiempo, fue muy importante para Zamora y para la entidad.

Desde ese departamento Miguel y yo cuando en la noche los ganaderos terminaban jornada, nos reuníamos con ellos para convencerles de lo importante de la unión ganadera, de productos, el marco legal para constituir las cooperativas, en definitiva, mejorar. En esos intensos años establecí (muchos estáis aquí) unos vínculos profesionales y humanos, que todavía conservamos y que sirvieron para ayudar y mucho, cuando en la crisis del 94 y 95, vuestra confianza en mí y otros compañeros de la Caja fue suficiente para resistir los envites de tan dramática situación.

Nunca olvidaré aquella ayuda y soporte. Las llamadas, el apoyo, del mismo modo que la implicación de toda la plantilla de la Caja (muchos ya jubilados) que hicieron un esfuerzo y entrega encomiable.

No me puedo olvidar del papel fundamental que jugó la Asociación Española de Cajas Rurales, sin su ayuda, no hubiéramos resistido. En especial quiero destacar el empuje y fortaleza de Ignacio Arrieta, director general de Caja Rural de Navarra.

Amigas y amigos, tengo que deciros que estos últimos 25 años han sido absolutamente ilusionantes, en un proyecto único, donde humana y profesionalmente hemos tenido un recorrido muy positivo.  Con problemas, como es lógico, pero fundamentalmente con muchas alegrías.  De forma paralela a nuestro crecimiento, hemos contribuido a ser útiles colaboradores posibilitando el desarrollo de proyectos e ilusiones, generadores de riqueza y empleo. Quiero agradecer públicamente a todos los presidentes y consejeros, la confianza que han depositado en mi equipo y en mí, durante estos años. Florentino Mangas, quien cedió la presidencia a Antonio Roldán, que junto a su junta rectora me dieron la oportunidad de liderar esta Caja.

A los que estaré siempre agradecido, así como a Manuel Ballesteros, Obdulio Barba y al actual presidente Nicanor Santos. A todos, desde el corazón, muchas gracias. Gracias por respaldarnos y por dejarnos trabajar con profesionalidad. Ahí, y solo ahí, esta uno de los  secretos de nuestra evolución.

Ese compartir nos obliga mucho más, nos compromete a no defraudaros nunca y a entregarnos en cuerpo y alma en el presente y futuro de la caja. En todo este recorrido profesional, y desde que ostento la máxima responsabilidad, nunca he estado solo, he contado desde el primer día con un equipo inigualable. Con profesionales de primera categoría, que a la vez son de una calidad humana insuperable.

Mi hermano pequeño Arturo, con quien convivo desde hace 47 años, en los últimos de forma más intensa, con quien me entiendo sin hablar.  Sabemos lo que pensamos con la mirada, y ese café diario de 10 minutos, amigable, entrañable, con Fermín en la barra y sus chascarrillos, que también forman parte de reducir tensiones.

A todos los que me ayudáis y que representáis a los 350 empleados de la entidad, directores de área, jefes de zona, el director emérito de la Fundación Caja Rural, así como a los jubilados y fallecidos, quiero transmitiros mi agradecimiento por toda vuestra ayuda y esfuerzo, sin todos vosotros, sin vuestra implicación, junto a la de los mejores socios y clientes,   no hubiera sido posible.

Me queda la parte más difícil y delicada, mi familia.

En primer lugar el recuerdo y agradecimiento para mis padres, que dentro de la humildad, me transmitieron los valores más importantes que se pueden tener, de lo único que puedo presumir, y que siempre me acompañarán.

El esfuerzo sin límite, el orgullo, la ambición sana y proactiva, el compromiso con la palabra dada, la lealtad; en definitiva valores para mi insustituibles que, algunas veces veo a mi alrededor, con franca decepción y tristeza,  en desuso.

Mi querida hermana Merce, con quien siempre he tenido el punto de complicidad que tienen los hermanos, y que en este caso, sé que esta amplificado, por nuestras vivencias y cercanía.  Trabajadora incansable, lista e intuitiva, contestataria y leal, con personalidad inquebrantable, tú y yo sabemos que siempre estaremos ahí.

A mi mujer Nati, y a mis hijas Cristina y María, hoy quiero pediros disculpas por todo el tiempo que no he estado con vosotras. Quiero agradeceros que me hayáis permitido desarrollar mi vida profesional en la Caja, porque sabéis lo que siempre ha significado para mi vuestra condescendencia, sin duda, me ha facilitado llegar hasta aquí, y poder disfrutar de lo que sabéis más me ha motivado, junto a vuestra compañía, la Caja Rural de Zamora.

Gracias por vuestra compresión”.

 

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