No llueve, y cuando lo hace, apenas sirve para otra cosa que refrescar aceras y jardines. Los embalses están tiesos, los sembrados arrasados y el personal aterrorizado ante la posibilidad de que lleguen los tan temidos recortes en el servicio de abastecimiento.

Ahora, cuando no llueve, cuando la sequía parece no tener remedio, nos llevamos las manos a la cabeza para lamentarnos por unos recortes que en el caso de la agricultura han sido dañinos, pero que en el caso del abastecimiento a las casas podrían encender todas las alarmas en la sociedad zamorana, castellano-leonesa y española.

El caso es que las previsiones no son precisamente halagüeñas y aunque las lluvias del otoño y el invierno servirán, seguramente, para poner un parche a la desesperación, no deben servir de excusa para meter la cabeza bajo tierra y olvidar cobárdemente la necesidad de introducir medidas correctoras.

Hay que limitar el consumo, evitar los derroches, reflexionar sobre los sistemas de riego y los cultivos, mejorar la capacidad de almacenamiento y, sobre todo, concienciar al personal de la necesidad de considerar el agua como un bien no solo preciado sino también escaso.

Volverán a llenarse los embalses y nos olvidaremos de lo mal que los hemos pasado. Y si no se llenan este invierno, lo harán el que viene. Y para entonces nos olvidaremos de la necesidad de gestionar el agua como de debe. Y ese será un error que generaciones venideras pagarán a precio de oro.

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