El mundo rural anda revuelto a propósito de las macrogranjas, esos proyectos faraónicos con miles de cabezas de porcino o vacuno, origen de todos los males del medio rural para muchos y solución de futuro para el éxodo y la despoblación para otros.
Como siempre, en este asunto, no hay ni blancos ni negros, en realidad, casi todo son grises. Ni la mayor parte de los proyectos de granjas de porcino proyectadas en Zamora son explotaciones de proporciones gigantescas capaces de contaminar media provincia, ni las granjas en cuestión suponen remedio alguno para la crisis poblacional que sufre el medio rural de la provincia. Ni habrá que chapotear por los purines al dar un paseo por los campos de la provincia, ni habrá un solo pueblo zamorano a salvo de la desertización por albergar una de estas granjas.
Así que lo mejor sería afrontar este asunto desde la más estricta legalidad y desde el sentido común. Ni sería aconsejable llenar la provincia de macrogranjas de porcino con decenas de miles de cerdas reproductoras, ni es viable para el sector el mantenimiento de un modelo productivo basado en granjas de unas pocas decenas de animales.
La globalización de los mercados, la competencia de otros países con menos costes de producción y la necesidad de fijar población obligan a la redimensión de las granjas de porcino si queremos frenar la desaparición de explotaciones ganaderas que tanto daño ha hecho al medio rural zamorano.
Una redimensión de las explotaciones que hay que hacer siguiendo escrupulosamente todas las directrices marcadas por Junta y ayuntamientos y que debe ser explicada, razonada y debatida con vecinos y sindicatos agrarios.
Vigilantes para no cometer un desaguisado medioambiental, pero también abiertos a la reestructuración de un sector que genera los puestos de trabajo y la riqueza tan necesarios para el mundo rural.