El escenario del Teatro Ramos Carrión acogió este Domingo de Ramos el emocionante pregón de Semana Santa de Eva Crespo, la directora de La 8 de Zamora. Un discurso de casi una hora de duración en el que la periodista hizo y un llamamiento a la concordia y la esperanza.

Dividido en 12 capítulos, el pregón hizo una glosa del amor universal haciendo un repaso por sentimientos y recuerdos que pueden ser compartidos por los zamoranos.

Crespo pronunció pregón dedicado a las gentes que habitan en Zamora, íntimamente ligada con la Semana Santa, haciendo repaso imaginario por lugares, calles o templos relacionados con procesiones o momentos de Semana Santa.

A lo largo del pregón incluyó las 7 palabras como un guiño al mensaje cristiano y al uso de la herramienta (la palabra) que utilizan los periodistas -profesión de la pregonera-, a quienes les dedica también este pregón en el que cuenta, no solo la experiencia sentimental y personal sino también la profesional a través de algunas imágenes de procesiones que han acompañado al relato como pinceladas evocadoras de la Pasión o el sentido de la Semana Santa, que se ha hecho muy visual para ella por su experiencia profesional.

El pregón, finalmente, fue también una arenga de Esperanza para Zamora y su Semana Santa.

 

Texto íntegro del Pregón

Traigo aquí aguja e hilo. Yo no se coser, no sé coser con hilo, pero siempre doy puntadas, intento hacerlo, con la palabra.

El hilo vale en Zamora para coger los bajos de las túnicas cuando un niño va creciendo, cuando se suma a la vida, cuando camina por ella, pero también vale para coser heridas.

Quiero que sea éste el pregón de la concordia, el del encuentro; una reflexión desde el atril del sentido común. Una mano tendida a la tradición y un reconocimiento a la esencia religiosa, como núcleo original de la Semana Santa en la que todos, cada uno a su manera, eso sí, participamos.

Para que en Zamora haya sobrevivido durante siglos, para que se haya readaptado y renovado y sobre todo, para que tenga futuro, el único hilo que hay que utilizar es el del respeto.

Pero además, le quiero coger el bajo a la Semana Santa, porque toda ella encierra mucho, porque bajo procesiones y pasos, marchas fúnebres y fondos hay piedras y corazones. Los que habitan esta ciudad, una ciudad muy pétrea, ferrea, dura, y tenaz que no siempre lo ha tenido fácil, pero que aún en las dificultades sigue, -debemos seguir- adelante.

El símbolo de Zamora es un rosetón y como en una rueda aquí todo comienza cuando llega el final. El Lunes de Pascua recogemos, ya sean los cables de la “tele” o los aperos, para tenerlos dispuestos y limpios, junto a la salud, para otro año.

Y sacamos el papel de estraza, guardamos las túnicas, raspamos la cera de las tulipas… Y bajamos al trastero, o nos subimos al altillo para dejarlo todo como nuevo.

Es, como el ciclo de una vida. Empezamos a vivir un año para iniciar la semana única de Zamora, la única que nos marcará a todos y para siempre. Cierren los ojos y piensen. Los recuerdos están tan ligados a ella que ya verán como en este pregón, pensarán, en algún momento, que me estoy apropiando de los suyos.

¿Quién nos inició en el relato, quien nos contó aquella historia de un paso, que calles recorrimos buscando una procesión, con amigos, con familia, con las personas queridas? La carga de amor que llevamos implícita con la experiencia de la Semana Santa es tal que la hace grande y perdurable. Es nuestra historia y cultura y su sentido está cosido a una raiz sagrada: dar testimonio del drama de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Así que, empiezo por el principio.

Mi relación con la Semana Santa es diversa; tengo dos, la primera, la del corazón y la otra, la de la experiencia. En esta, todas las cofradías son como mis hijas y después de tantos años en las calles junto a buenos compañeros, lo que me sale de dentro es contaros cómo lo veo; por un lado es sentimiento y por otro, un gran reportaje.

Desde el Jueves de Traslado, cuando el Nazareno cruza el Duero:

Zamora se pinta y se arregla y resurge cada primavera, acompañando desde la otra orilla a un hombre, en principio mortal cuya misión esencial, fue cargar con el peso de una Cruz tallada con la gubia de nuestros fallos.

Esa tarde inicia su encrucijada, recorre San Frontis y cruza el gran Duero, el «río Duradero». No llega solo, muchos zamoranos de paisano le acompañan, la tarde cae, el sol se oculta porque no quiere ver lo que va a pasar. Todos callamos. Lo llevamos a la Cruz cada año.

Lo espero en la Catedral. Casi de forma ritual me acerco y siempre me emociono,  porque todo está por llegar; nos esperan unos días muy intensos.

El Viernes de Dolores es el primero.

Camina el Árbol de la Vida. La Cruz Fiel respalda una pequeña imagen que encierra la figura de un gran Cristo, el crucificado más antiguo que apareció mutilado y emparedado y al que unos jóvenes rescataron del olvido.

El Espíritu Santo nos ilumina en Zamora esa noche a la luz del farol; desde una pequeñísima iglesia donde apenas cabe el sentimiendo de los hermanos.

La intimidad es el carácter de un cortejo en el que las carracas -esencia de los viejos oficios de tinieblas-, nos recuerdan lo peor: que la tierra tembló, que las piedras se partieron cuando Cristo murió.

El Campanil toca a muerto, Jesús ha sido sacrificado y está en la Cruz: crucificado, solemne, triste y ajado, muerto por nuestros pecados.

Pasa humilde por el Troncoso, casi toca con sus manos las paredes de esa calle donde solo caben hermanos, el incienso lo envuelve todo; esa estampa, es tan de aquí…

Christus factus est pro nobis (obedieus usque ad mortem…) 3 “Cristo por nosotros se hizo obediente hasta la muerte…”

El eco del gregoriano en la Semana Santa de Zamora cobra un cariz especial. Esa noche los cánticos compuestos por Miguel Manzano arropan al resto de los sentidos.

Ha llegado el Sábado:

La Semana Santa en Zamora es la evocación durante once días de Pasión de la doctrina de Jesús, de uno de Luz y de Vida, quizá por eso desde siempre camina sobre unas andas compartidas.

“Jesús, pues, alzó la voz y dijo: …Yo, que soy la luz, he venido al mundo para que quien cree en mí no permanezca entre las tinieblas…” “…Creed en la luz: que quien anda entre tinieblas no sabe adónde va». En Zamora camino del cementerio, acompañando en silencio a la memoria, al recuerdo del hermano fallecido, a aquellos que lo hicieron posible.

El Sábado de Pasión, nos acordamos de los que ya no están, y la corona de flores camina junto a un Jesús resignado que toca la luna y trae la paz a nuestros corazones. Sin embargo, la serenidad de la talla me suscita zozobra: ¿De verdad le van a matar?. Y luego, ¿nos va a perdonar?.

 

CAPÍTULO 1º. EL MANDATO: EL DEL AMOR.

El Misterio Pascual es la esencia. Es lo que se representa, y sin ser ajenos al sufrimiento que nos lleva a la Redención, tras tanta historia intensa de Pasión y Muerte, en verdad lo que se relata es un gran mensaje de Amor; el que protagonizó aquel que estuvo dispuesto a darlo todo por los demás. ¿Qué mayor prueba de amor?. Con Ése me quedo.

El Domingo de Ramos en Zamora sentimos el primer amor:

El amor infantil. Raso rosa y azul cielo; calcetines y camisina de perlé. «Hosanna» gritamos, siendo pequeños, mientras levantamos las palmas hasta que no nos da más el brazo. En Zamora está todo junto en un paso: el primero que en la infancia hacemos nuestro: La Borriquita. Dulce estampa de la felicidad; contiene la alegría, la algarabía, la inocencia y hasta el amor maternal.

Y luego está el amor adolescente. También sentimos de éste esa semana; y que no se me escandalide nadie, que todos hemos tenido menos de viente primaveras y entonces el corazón palpita mas rápido (y hasta las procesiones, como la vida misma, se ven de forma diferente, teniéndolo todo por delante). Como cuando buscabas una mirada bajo un caperuz y le reconocías entre toda la fila. En mi época ellos lo tenían más fácil, nosotras siempre hemos ido a cara descubierta. ¡Qué pasión ir a buscarle al final de la procesión y orgullosa cargar con el hachón! ¡que ilusión aquella flor que te regalaban después de una durísima carga!.

Pasan los años y esa sensación de amor, se transforma pero te puede seguir acompañando. El amor adulto y reposado. Y sigue la emoción al ver la procesión; volver a encontrarle entre tantos.

Y el amor sigue avanzando, pero se reparte y se hace más grande. Es el amor maternal. ¡Qué ilusión procesionar con tus hijos el Domingo de Ramos o vestir al mayor para su primer desfile!. «Mi vida, pórtate bien y no hables; mira Jesús como va calladito y… vamos a hacer un pis antes de salir». (La vida se ve completa bajo esa luz intensa de primavera azul, los tres de blanco estameña y pañuelo blanco nieve; cuando los despides y se alejan, el sol se desvanece).

En Zamora el amor de una madre ha ido hilvanado entre túnicas, garrapiñado en el corazón como una almendra; de esas que te comes y te saben dulces al paso de Jesús de madrugada, y entonces lo piensas y te sientes un poco culpable por disfrutar mientras Él -el hijo de otra mujer- va camino de un Calvario (sobre una mesa tallada, aunque hoy bien podría ser sobre una humilde patera o en una de esas caravanas de la miseria).

El amor al prójimo, a veces, ¿dónde se nos queda?. Los marginados, los débiles, los pobres, los que solo tienen al sol de acompañante, de ellos es más la Semana Santa que de nadie.

Y Él en su misericordia siempre nos perdona: ése es el Amor de Dios que en Zamora se hace visible y camina por las calles tallado en madera y envuelto en telas encoladas, movidas por un viento siempre eterno.

Pasan los años, las décadas y los siglos; las estampas son las mismas, nosotros cambiamos pero en lo más profundo del corazón, la Semana Santa consigue fijar nuestros recuerdos. Y ese hilván, se une con la propia ciudad; no se entienden la una sin la otra, porque el pulso que tiene esta celebración es la suma del de sus gentes.

 

  1. ZAMORA, ESCENARIO DE LA HISTORIA.

«Todos llevamos una ciudad dentro…»

Parte del encanto de nuestra Pasión viene dado por la propia ciudad, el escenario adecuado para la expresión del relato cristiano.

…Hubo un tiempo de castillos y de afrentas, una época de altares y de cruces, de ríos y de leyendas. Durante buena parte de su historia, la ciudad de Zamora empleó sus piedras para levantar templos, sus aguas para regar las huertas. Mientras, más allá de las iglesias, en las calles, los zamoranos exponían sus creencias…

El tiempo corre y lo hace siempre a contracorriente de la historia. Atrás quedan pasadas épocas gloriosas de esta ciudad del Romancero, que ha logrado mantener la manifestación pública de una fe, y una tradición, íntimamente unida a sus gentes.

Son éstas las que han procurado que los cristos se conserven, que la ciudad se implique y genere toda una escuela de arte y costumbre cofradiera.

 

 

Pero, ¿qué tiene de especial la nuestra? ¿Por qué la vieja Semuret cobra vida asistiendo a la Pasión de Cristo? Porque forma parte de la vida de sus gentes y sus convicciones, pero además porque se nos ha colado por todos los rincones de esta «ciudad del alma».

Esos rincones… Hay un epicentro, a donde casi todo llega y de donde todo parte: la Catedral, dedicada al Salvador impone su impronta desde el siglo XII. Su cimborrio es un emblema que marca desde lo alto el eje de la ciudad.

Las viejas ruas son el cauce de procesiones que vemos asomados a balcones o miradores y a pie de calle. Por ellas serpenteamos entre el barullo del público buscando un lugar para ver el desfile, no nos agobia el gentío porque sabemos que los de fuera nos visitan y que han vuelto los zamoranos, los de la diáspora o el éxodo, que de todo ha dado esta tierra generosa a la fuerza.

Calles que se vuelven aún más estrechas a las que los gobernantes, por dignidad, no deben dejar caer en el olvido. No quiero volver a ver como se derrama, cascote a cascote, el casco antiguo de esta ciudad. Y menos en Semana Santa.

Prefiero asomarme a los miradores y desde allí ver como cruzan las procesiones ese puente románico, que se mantiene uniendo con lazo de barandilla y paseo las dos orillas del Duero. Junto a él las aceñas de la ciudad, que un día fue molinera; San Claudio de Olivares, el templo de esos arrabales que acoge al Cristo del Amparo y le deja salir muy justo una noche al año, siempre y cuando los hermanos que lo portan se agachen, se arrodillen casi. «Abajo, más abajo, un poco más a la derecha, no tanto» les manda el jefe de paso imponiendo la humildad exacta para que la imagen salga casi, casi caminando y enmarcada en arquivoltas. Sobre él, en la dovela del centro el Agnus Dei, ese pequeño relieve del Cordero de Dios, que nos recuerda lo que hay: que la víctima ha sido ofrecida al sacrificio.

«Estoy siempre oyendo el río aquel…» Sigue el rumor del agua y te lleva, a los barrios bajos; La Horta, lo mismo guarda un Cristo de la Agonía para que salga a oscuras en un cortejo de pocas palabras, que la luz radiante del final de una mañana de júbilo, de flores y repique de campanas en una Zamora resucitada.

Algunas procesiones recorren Santa Lucía o San Cipriano, que es una cuesta de la Zamora de antes, de las que acogía a gente buena al rebufo de una iglesia con la saetera más antigua, cuya reja inspiró la celosía del moderno edificio del Banco de España    . Tradición y vanguardia en Zamora, como en la Semana Santa, a veces se dan la mano con firmeza. Como la que expresan contrafuertes y arbotantes de San Ildefonso haciendo de palio a los pasos, o el arco de la misma iglesia que se convierte en altavoz gigante cuando el Vía Crucis se reza en la recoleta Plaza de Fray Diego de Deza.

La iglesia de La Magdalena, que le planta cara al Tránsito pero les regala flores a las hermanas el Viernes Santo, antes de que el Domingo les salude el Jesús resucitado.               Santa María la Nueva un templo de antiguas leyendas y puntual: «Son las once hermanos, abrid las puertas».

La del Obispo, la Cuesta de Pizarro, la del Mercadillo, como otras calles viejas te transportan a una Zamora misteriosa, iluminada de faroles cuando pasan procesiones que evocan un medievo reinventado; no tienen ni medio siglo y parecen mimetizarse con la historia de esta ciudad. Ronda de Santa María, Arco de Doña Urraca, pasa el cortejo y no hay nadie. Parece que la procesión se ve en secreto. Es un lujo; ¡por Dios!, los de fuera que no esperen al miércoles para vivir solo los días de fiesta. Hay que decirles que vengan antes, que aquí vivirán de forma íntima la Pasión, que les trasladará a otra época, entre piedras nobles de una ciudad de leyenda. ¡Que no se lo pierdan!.

Y sigo evocando y llego a Viriato: esa plaza custodiada por los mejores palacios, antiguamente adoquinada de guijarros desgastados en los que aún resuenan las cruces arrastradas, penitentes del Yacente. En los que repiquetean hachones y se nos hiela la sangre cuando cantan un Salmo 50 para que nos perdone, por lo imperdonable; y rezan  Siete Palabras y pasan todos los pasos de otras cofradías grandes y parece que la historia se queda allí, esperando. Cierro los ojos y lo veo; es como un cuadro enmarcado.               Digámoslo sin complejos, ¡vaya Zamora tenemos!

Salgo de la ciudad, tres veces amurallada.               El ensanche dibuja otra estampa. Los grandes edificios de la Avenida se quieren comer los pasos que, sin amedrentarse, siguen adelante hasta las Tres Cruces, el Calvario local.

Todos los desfiles vuelven, algunos con Barandales, esa figura, sólo zamorana que avisa con sus esquilas de que la procesión se acerca y que de niños, impacientes, salíamos a atisbar a mitad de la calle. ¡Que ya viene el tío Barandales, dales, dales…!

¿Qué os voy a contar? Semana Santa en Zamora, la espera durante horas a pie de acera, las manos frías, ese olor a vela. Las procesiones nos dejan marcadas las almas y calles como Santa Clara pespunteadas con hileras perfectas de gotas de cera, como para seguir un rastro eterno, el que siempre nos evocará esta ciudad, la perla del Duero.

Ya en la Plaza Mayor, los cortejos muestran sus mejores galas, despliegan sus encantos en un cuadrilátero de música y bandas.

Allí el Lunes Santo vemos a Jesús caer por tercera vez.

El viento siempre juega entre sus capas, el liviano raso ondea como una bandera, negras las túnicas, negras como la noche y como el presagio de un adiós infinito.

Pérez Comendador talló en madera, para siempre, la despedida de todas las madres del mundo. Con qué entereza eterna aguanta María la escena. Porque ¿cómo se lo diríamos a un hijo?, ¿adiós mi amor, adiós cariño?.

Otro escultor, Quintín de Torre expresó la humanidad sufriente en la imagen titular de esta cofradía: Jesús Caído trata de soportar la cruz sobre su espalda, el símbolo de los pecados cometidos por todos. Tras Él pena la Virgen con una amargura que el añorado Abrantes estampó con la mirada dirigida al cielo, buscando respuestas. Pero el desfile rompe su estética con la impronta de Coomonte, una brutal creatividad que concibe una Cruz de Yugos levantada con aperos de uncir bueyes y una Corona de Espinas hecha con arados. El artista, maestro del hierro, refleja la unión del hombre con la tierra, a la que al final de su viaje regresará, aunque esa noche las voces del coro nos recuerdan que «La muerte no es el final».

Buena Muerte.

Sigue avanzando la oscuridad y a medianoche, las luces se apagan y un Cristo en plano inclinado recorre Zamora a ras de nuestra mirada. Es la Buena Muerte el nombre adecuado.

Las teas alumbran el cortejo fúnebre a ritmo de tambor destemplado. La hilera por Balborraz, impacta. Se queda prendida de cualquier mirada. Balborraz, esa calle singular que si estuviera en otra ciudad se sacaría partido.

Abajo, en Santa Lucía, hay un murmullo atronador, voces y pipas, y si no es fría la noche, hay hasta una histérica algarabía. Pero de repente, sin hacerse notar, a lo lejos aparece una luz que crepita y el escenario cambia.

Antes de entrar en la plaza las voces se callan. Lo impone el fuego. Ruido, oscuridad y silencio. Cristo sufriente se queda en el centro y entonces, la ciudad se arrepiente. Zamora cambia su nombre por unos minutos y en voces de hombres.

Jerusalem, la llaman, Jerusalem proclaman: ¡conviértete al Señor, tu Dios!.

Mientras el pueblo, con el alma encogida, baja la mirada al suelo.

 

III. LOS COMPLEJOS.

Y es entonces cuando podemos hablar de los complejos. Pero ¿no lo han visto ya?. No hay otra Semana Santa igual. En el sur está Sevilla, pero es distinta. En el norte era Zamora. En los últimos años hemos tenido la impresión, y la depresión de que nos han ganado el terreno. Y yo, me rebelo.

En Zamora a veces, nos abrigamos con un pesimismo que, si lo piensan un poco, no es propio de esta tierra. Dos datos: Zamora no se ganó en una hora y en el siglo XI nosotros ya teníamos (casi) reina.

El caso es que cuando el Cerco, Zamora no se rindió, Urraca mandaba como si no hubiera un mañana y al que nos asedió, ya sabemos como acabó (aunque para ello hubiera que hacerlo por la espalda y en unas condiciones, que mejor no contarlas…) Fue Vellido Dolfos, hijo de Dolfos Vellido -muy de Zamora, esto de nombrar a alguien y sacar a colación al resto de la familia- que se pasó diez siglos como un traidor, y nosotros llevando la mancha de culpables. Leyendas, historia…, a veces todo depende de cómo se cuenten las cosas.

Que no pasa nada porque los de alrededor hayan ido a más con sus Semanas Santas,                                       . Que esto no es una carrera, ni una batalla.

Además, la nuestra siempre seguirá siendo especial, sólo tienen que analizar el porqué. ¿No me han nombrado pregonera?, pues ahí va: es única, inigualable, inimitable, aunque copiaran la estética de los desfiles y tomaran buena nota de los detalles -algunos ya lo han hecho-, aunque compraran o tuvieran las mejores tallas para procesionar, no se olviden de lo realmente importante que tiene nuestra Pasión: que es inexportable.

Está hecha aquí, a la medida de una ciudad que es un marco perfecto para ella. Pero es que además, el signo de distinción de la Semana Santa de Zamora es: su gente. Porque está dentro de nosotros, la hemos incorporado a nuestras vidas, a base de acumular creencias, de rezos, de olores, de sentimientos, y de sabores; de añoranzas y de atesorar recuerdos.

Y eso no se copia, no se explica, no se estudia. Se vive y se siente, desde que uno es pequeño y le visten con los «guapos» del Domingo de Ramos, desde que un mayor te coge de la mano y te lleva a la procesión, desde que te bailan un paso, o se te arruga el corazón cuando pasa un Cristo, no uno con potencias de oro, ¡no¡, uno de los nuestros, humilde y denso, camino de un calvario injusto.

Esa Semana Santa sólo se hereda o se contagia. Pero es aquí donde mora y donde perdura. Donde sigue haciendo latir a toda una ciudad. A Zamora.

  1. LAS GENTES, SUS RECUERDOS.

¿Ya creen que me estoy apropiando de sus sentimientos?. Las vivencias no las copio, los recuerdos los tengo; lo que ocurre es que son compartidos. Nada sustenta más un territorio que sus costumbres, porque es la vida de la gente la que lo construye.

[Aquí todo empieza con una palma. Aunque tu quieres la más alta, te indican enseguida que va a ser la pequeñita; pero no por eso menos importante porque te llevará a tomar la primera decisión de tu vida: ¿con qué lazo vas a adornarla?.

Luego está el recuerdo del mayor que te acompaña y si no puede, no pasa nada, en Zamora en una procesión te acoge cualquiera, como si fueras de los suyos y te lleva y te cuida.

Más tarde las amistades de la fila quedan para siempre. Algunas eran las de todos los días, a otras solo las veías en Semana Santa, así que la procesión se convierte en un reencuentro que queda como suspendido en el tiempo, por eso son días de abrazos y besos. Y entre ese ordenado barullo previo, elegías fila. “Vete a verme, salgo por la izquierda (para llevar la vela con la derecha)”, en esto, cada cual tiene sus claves. Lo fundamental: no quemarle el pelo a nadie. Imposible, siempre alguna acababa oliendo a chamusquina. Procesionar siendo chica era todo un arte. Tenías que encontrar el punto exacto ente ir recogida y agradable. Y para saludar, valía con solo esbozar una sonrisa. Es una sensación imborrable irte encontrando en el recorrido, a la familia, los amigos o al que luego será tu marido… Algunos parecían tener sitio fijo.

Pero hay otro ejército, los hermanos de acera. Quedabas muy pronto con la pandilla o con los que habían venido de fuera y salías de casa y ya no volvías. La ropa pasaba a tener culeras. Limpiabas todas las aceras, eso te decían en casa cuando regresabas. Eran conversaciones de bordillo. De tarde soleada, o con frío. De pipas y cáscaras en el cuenco de la mano, para que no se pincharan… “mira, ese va descalzo”. Creo que todavía los sigo contando… En la acera con las amigas sumabas los que te acariciaban la mejilla o las garrapiñadas que te daban y acababan pegadas en los bolsillos. Quienes teníamos más hermanos, siempre salíamos ganando.

Ya de jóvenes, el Viernes Santo, todos estrenábamos madrugada. Era una noche larga.

Después a padres y madres les llega la mayordomía. Y aunque supone alegría descubres que les da vértigo porque significa que ha pasado el tiempo y que la vida se va en un suspiro. Ese año el Merlú parece que solo toca para convocar a tu familia.

Formas la tuya y pasas a ser ese tropel de madres con hijos, abuelas y abuelos rodeados de nietos a los que suben en brazos para contarles los pasos, padres que aupan en hombros para que vean desde lo alto. Y entre esa alegría, te fijas en gente que acude sola a las procesiones de siempre; a algunos mayores les ves pensativos, con la mirada húmeda y casi escondidos. Y como tu estás fuerte, en lo mejor del camino, le preguntas valiente: ¿pero te sigue emocionando?. Es entonces cuando te dan una lección de esas gordas de la vida; porque te mira y te dice: es que me estoy acordando de los que ya se me han ido].

El poeta zamorano Jesús Hilario Tundidor escribió: “Recordar es volver a vivir, volver a vivir lo vivido. Y vivir lo vivido es continuar siendo (…) Por el presente transcurrimos, representamos; en el pasado estamos, permanecemos. Así que cada vez que convoco los antiguos tiempos de la Semana Santa de Zamora todo el recordar se me acerca…”  9

Y es así, hemos crecido entre procesiones, rezándole a una imagen, viendo a los mayores… Lo hemos hecho desde niños, por eso hay que contar con ellos, ese también ha sido el secreto. Que entren, si el problema es un exceso en las filas se puede buscar la manera, pero abrid las puertas para que se acerquen, que no solo son el futuro, son lo mejor que tenemos y si no lo viven de pequeños nos arriesgamos un poco a perderlos.

En Zamora las vivencias de la Semana Santa se prenden del alma en la infancia y esos recuerdos se agrandan como gigantes e impregnan la realidad, impidiéndonos, a veces distinguir lo que era cierto de lo que fue fruto de la invención o del adorno; porque los recuerdos de esa época feliz, que son los buenos, se cuidan y se guardan en la memoria de los tesoros de la vida y forman nuestra historia y tradiciones.

Por ejemplo,el Martes Santo¿de qué color es?:morado y verde.

Camina con su Cruz el Nazareno. Esa estampa que desde hace años llevo prendida en el alma. «¡Es mi Cristo!» -dice mi hijo pequeño- al que al nacer apuntó su padrino a la cofradía del abuelo y que desde sus ojos limpios de niño, me enseñó enseguida como se distingue a un Nazareno: «Mamá, aparte de ir de morado, es el que tiene cara de bueno».

Esa tarde, Jesús no va solo, su Madre La Esperanza, va custodiándole. Hace el camino con Él; quizá por eso, abajo por la avenida del Nazareno yo también hago el camino y, entre todos los cofrades, les puedo asegurar que siempre «reconozco a mi hijo». Y desde fuera, como tantos zamoranos, procesiono junto a él mientras resuena el Vía Crucis como un trueno en el cielo sanfrontino.

La Virgen de la Esperanza, con manto preñado de estrellas, se despide antes, justo al pasar el Puente de Piedra y los suyos, sus cargadores, muy pasionales, la acompañan cortesmente hasta la puerta de Cabañales.

-¿Que tal hijo, has tenido buena procesión?, ¿seguro que estás cansado?. Le digo al final.

-¡Qué va! vamos a cenar algo y… a ver las Siete Palabras. ¡Otra vez a la calle!. ¿Les suena verdad? Así que sería lo suyo que no hubiera ya nunca colegio al día siguiente. Ahí lo dejo.

En Siete Palabras.

Cuando-era-pequeña-teníamos-vacaciones-esa-semana. Lo he dicho en Siete Palabras.  Claro, así de críos se nos veía todo el día por la calle (no se cómo nos daba tiempo a verlas varias veces…) Claro que también había más críos…

A finales de los sesenta, un grupo de estudiantes fundó una cofradía y tuvieron ideas revolucionarias, que fuera solo de jóvenes, que el caperuz fuera de pana -muy del 68- y que la mujer procesionara. Y como veinte años no es nada, no fue hasta 1988 cuando salieron por primera vez las mujeres.

 

De hecho al principio, solo desfilaron «Ad Experimentum» y a alguien se le ocurrió que llevaran un cordón en el puño; ¿pero, no se hizo el caperuz para procurar el rezo anónimo de todos… los fieles?.

En el último año las cofradías que faltaban por sumarse al Estatuto Marco del Obispado ya lo han hecho y han integrado a la mujer. Así hoy podemos pregonar que, en Zamora, la Semana Santa es de igualdad.

Ha costado tiempo, ha sido un goteo en los últimos diez años, otras cofradías empezaron mucho antes y lo fueron haciendo sin ruido. No volvamos al cintillo y será un paso cristiano, humilde y callado, como procesiona el Cristo de la Expiación, entre penitentes, que son hombres y mujeres, caperuces verde musgo y vela tenue, humilde y callado, en una noche de Martes Santo en la que tan sólo interrumpen el silencio Siete Palabras, por si acaso, siempre tengo a mano la primera: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen…»

Ella siempre estuvo ahí…

A su paso me quedaba absorta mirándola… Esa túnica de terciopelo carmesí, esa cabeza romana, como una venus. La Verónica marcaba estilo; el que quisieron evidenciar los empresarios del Gremio de Comerciantes de tejidos que la donaron y que tanto tuvieron que ver, como otros prohombres e industriales que se implicaron, con el auge de las procesiones a finales del siglo XIX. Pero había más: la Magdalena, una mujer puesta en duda a lo largo de la historia, imponiendo la elegancia por las calles de Zamora, embriagándonos desde lo alto con el pomo de los perfumes.

 

 

En Zamora vemos a María como Nuestra Madre y también representada en advocaciones, que han suscitado profundas devociones

¿Cuántas mujeres responden por Esperanza? y, aún más nuestro,

¿cuántas se llaman Soledad?. (Mi madre es María del Carmen Soledad). Fíjense si marca la Semana Santa.

Otras veces la Madre va simplemente acompañando en la escena, custodiando el paso junto a las Santas Mujeres y San Juan, el discípulo amado,

«Mujer ahí tienes a tu hijo».

Todas esas figuras femeninas que desfilan -cuarenta y dos- son un liviano recordatorio de que ellas estaban dentro desde siempre; claro que era en silencio, muchas veces sufriendo pero no se entiende el relato cristiano sin sus mujeres. Igual que no se entendería la vida sin la otra mitad.

 

  1. LA TRADICIÓN ES MUY LARGA EN ZAMORA.

Las raíces se hunden en el Medievo. Al siglo XV podría remontarse la Vera Cruz y no quedan lejos las fundaciones de Nuestra Madre y Resurrección. En el XVI estrenamos el Santo Entierro y al siglo siguiente Congregación. Sin embargo la Semana Santa que conocemos es más decimonónica y está marcada por la capacidad dramática de un prolijo imaginero: Ramón Álvarez al que por eso llamamos «padre de la Semana Santa». Es entonces cuando las discretas imágenes vestideras de gusto popular van dejando paso a una nueva estética posromántica. La Junta de Fomento impulsa esa base que se irá completando a lo largo del siglo XX en el que se crean numerosas hermandades que han compuesto el precioso mosaico que hoy nos llena de orgullo.

Es una tradición de cientos de años, pero el viaje ha sido una suma de historias que hay que continuar con altura de miras.

Lo bueno que tiene la Semana Santa de Zamora no es solo que sea antigua, porque lo antiguo no siempre es bueno, a veces, solo es viejo. Lo mejor de nuestra Semana Santa es que sigue viva. La hemos ido construyendo a lo largo de los tiempos, es un legado transmitido y ampliado que no tiene fecha ni dueño un hilo conductor,

que consigue que lo que un día fue algo nuevo pasa a convertirse en tradición para los más jóvenes. Nuestros hijos vivirán con naturalidad una Semana Santa de cofradías mixtas. Y quien sabe si nuestros nietos, pertenecerán a una que hoy, ni tan siquiera está pensada. Será su tradición.

Está escrito en nuestro pasado. En la niñez como en un ritual el Domingo de Ramos ella nos ponía sobre la cama la ropita a estrenar para que no nos «quedáramos sin manos»; años después me descubrí haciendo exactamente lo mismo. ¿Cuántos de aquí lo hemos hecho, hemos repetido lo que antes nos hicieron?.

En mi adolescencia las procesiones de nuestros hermanos no eran las nuestras; y en 1989 se creó la más nueva, no sabíamos si se adaptaría… Ahí sigue Luz y Vida, luchando pero viva, como el Jesús de Hipólito Pérez Calvo.

Nuestros padres consideraban que esa procesión, Buena Muerte o las Siete Palabras, eran nuevas. Como el Espíritu Santo que incluso estuvo fuera de la Junta de Cofradías. Cuando pedíamos salir a verla nos ponían pegas. ¿Nueva? Pero si para mí siempre había estado ahí y tenía una pinta antiquísima. Iban vestidos de monjes, como los del Lunes Santo, debían de ser de la época de… Zurbarán. ¡Ja!. Lo que ocurre es que están muy bien hechas.

En muchas casas Jesús Nazareno era la procesión por excelencia. ¡Anda que no dieron puntadas la abuela y mi tía en función de que los chavales fueran creciendo y heredando túnicas… (a mí me lo hace mi suegra) ¿Les suena verdad?, podría estar hablando de la familia de cualquiera, porque en Zamora se heredan como tesoros viejas túnicas o varas de nuestros mayores.

¿Y para los abuelos? Mi abuela me llevaba a ver una que para ella seguía siendo «casi» nueva, una de jóvenes «excombatientes» -me decía- .

-¿Los excomba… qué?

-Los que habían luchado en la guerra.

-¿Tantos? -preguntaba yo-.

-No hijita, sólo los que ganaron. (Y lo decía pensativa porque lo vivió y, aunque ella vivió bien, sufrió viendo algunas cosas).

El bisabuelo, era más del Santo Entierro. Y al igual que en casa de los suyos, la Semana Santa se circunscribía fundamentalmente al Triduo Pascual, y en cuanto a procesiones, a Jueves y Viernes Santo. ¿Ven como compartimos pasado?

Y luego, Resurrección. Al fin y al cabo, lo de la Soledad, empezó siendo un  acompañamiento popular tras la vela de la Virgen hace ciento diez años. Eran gentes sentidas; como el tío-abuelo -Laureado de San Fernando- que era tan de la Vera Cruz que cuando murió quiso irse con la túnica morada en su última batalla. ¿Cuántos lo han hecho con un medallón, a cuántos le han puesto entre las manos una estampita de la Soledad, de esas en blanco y negro con la oración por detrás?.

Esta pasión es como un Universo, con sus leyes y agujeros negros que nos conectan entre generaciones y así, con el tiempo hemos ido aprendiendo a no cruzar mientras está el desfile, a que las flores son para los cargadores, a guardarnos los aplausos cuando pasa el paso, a rezarle un padrenuestro cuando lo vemos, a enmudecer con cánticos y a tragarnos las saetas…; a exponer un austero y callado respeto, sin que nadie nos imponga el silencio. Lo hacemos todos, por tradición.

Pero, ¿la de qué generación?, porque para el abuelo que nació en 1900 y quizá  vería «La procesión del amanecer» con su amigo el pintor Gallego Marquina, no existían la mayoría de las cofradías que nos parecen de siempre. De críos, ni el Silencio. ¿Ven qué gran Semana Santa hemos compuesto?.

La tradición es una suma de lo bueno que hemos hecho mientras el tiempo iba adaptando las costumbres, lo importante es que cambien para bién. Como Jesús que dedicó su vida a los oprimidos, a las mujeres había que tenderles la mano como buenos hermanos; porque en la Iglesia el Bautismo nos iguala.

En el presente lo que no puede haber es menosprecio, y menos si hablamos de fe.     Para que nuestra tradición tenga futuro, hay que respetar la esencia del pasado y adaptarla bien, sin que desmerezca nada, pero de forma que vaya acorde con la vida y ésta ha cambiado. Lo demás caducará.

Miércoles Santo. El hechizo del Silencio.

Un ejemplo, ¿recuerdan como era la plegaria ante el Cristo de las Injurias…? La adaptación de la tradición sin que desmerezca nada.

¿Y qué problema hay si lo importante está por llegar?:

«De rodillas hermanos». ¿Quién no se inclina ante esa imagen.? Cristo reina en la Cruz y brilla esa noche, de pátinas y barnices, de guedejas de cabello y de paños de pureza. Un solo hombre, uno solo, hace postrarnos a todos. A los pies del Injuriado pena una ciudad a la que mira desde lo alto y se jura un silencio que no es sino la purga de nuestros pecados. «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». 12

Suena el Juramento de Satué, un lamento musical que desgarra a un violonchelo; pebeteros de oro, corazón intenso. Ausencia de sonido interpretado con tañidos, el lenguaje universal de las campanas. Los mayores saben bien que cuando tocan a muerto es lento y seco. Esa noche el de la Bomba también es espeso como la sangre, huele a incienso y tiene el color rojo del Silencio.

Antes de que lo bajaran debieron esculpir esta imagen zamorana ante la que seguimos exponiendo nuestras miserias, mientras Él se presenta en la plaza con los brazos abiertos como para dar un abrazo inmenso a su pueblo para el que no tiene una, sino tres miradas: la de la Vida, la de la Pasión y la de la Esperanza.

Ante Él, un recuerdo para los que ya no están.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  1. ESENCIA E IDENTIDAD:

1.935, lo tengo anotado como un año destacado, se produce por primera vez el Juramento del Silencio y, presumiblemente, el icónico baile del Cinco de Copas. Son momentos, son emblemas y son himnos de la Semana Santa de Zamora, pero no serían tanto sin la esencia: Caridad-Perdón-Hermandad.

“Tengo Sed “ -es otra de sus palabras- y Él la tenía de algo más que de agua.

Las cofradías surgieron para afianzar el sentimiento religioso y guiar a los hombres en la vida fomentando una fraternidad voluntaria y caritativa hasta la muerte. En los últimos tiempos, algunas hermandades están retomando labores sociales, algo que es bueno y les acerca al sentido original de una cofradía.

Pero en general somos más procesionantes que cofradieros, así que nos despegamos el resto del año. Incluso, los conflictos afloran desde el núcleo y, a veces, no hay capacidad para perdonar y eso no es lo que debería ser, y menos en Semana Santa. Al fin y al cabo, de pequeños aprendemos que a nadie le gusta el sayón que clava a Cristo, ni Calvito, el Cascarrias o Zurriago, de los Bodajos; o más actual en el tiempo el que se mofa de Cristo con una mueca burlona en la Coronación de Espinas. Los imagineros se excedían con esos rostros para evidenciar lo inadecuado y que el espectador tuviera claro quién era el personaje. En cualquier acción la intención es lo que cuenta y en la Semana Santa ésta debería tener sólo una cara: no iré a lo Divino, inimitable; me quedo simplemente con lo humano: con el rostro del Niño de los Clavos que, por lo menos, es inocente y camina alegre sin saber con qué lo han cargado.

Nos lo cantan el Miércoles en Olivares, y en castellano: “Ten mi Dios, mi bien, mi amor, misericordia de mí…” Si la fe queda anulada y los oros nos deslumbran, la mayor manifestación popular de piedad podría perder el valor de la Hermandad, y la Semana Santa tiene que ser fraternidad y eso lo sabe, como nadie, quien perdió al hermano de procesión, al compañero de rezo y comunión, al que dejó un hueco infinito en las andas y eterno en el corazón; está en el ejemplo de Jesús de Nazaret, el sacrificio fue celebrado en favor de los demás.

Todos, unidos deberíamos mantener el esplendor y la esencia de la Semana Santa porque la grandeza, al igual que la dignidad, no la aportan las cosas sino las personas.

Por si hace falta,aquí siempre llega la penitencia envuelta en capas.

La penitencia en Zamora se hace bajo el peso del paño rudo y a la luz de un farol de pajar. El color del funeral no es el negro sino el pardo, el mismo que el de la tierra húmeda, que el de la piel de las gentes del campo. Tan parco es el desfile que sólo se adorna con cardos al Cristo del Amparo.

Es mi tierra, tierra dura, tierra austera, un calvario en el que la calavera nos recuerda que el tiempo es fugaz, que todo pasa y que aquí sólo queda el hueso, como un insignificante poso.

Se oye el crujir de madera, de las andas y matracas de un desfile en cruz latina.              Ni el viento puede elevarse ¡apenas mueve esas capas!. Solo se cuela entre ellas, sube y se desliza lento, aire de cuarteto, viento de noche y salmodia de bombardino.          Notas calmadas y largas, sones inconfundibles que acompañan y mecen, en lúgubre sintonía, a las Capas Pardas.

El sonido del bombardino llegó a la Hermandad de Penitencia a finales de los sesenta; otro acierto que, junto con el miserere Alistano, cierra en Olivares el cortejo, posiblemente, más peculiar de España. Son señas de identidad. Como las propias Capas, esos colosos de paño; una prenda antigua, abatanada, capa de honras de Aliste, y también Tábara y Alba. Es un tesoro etnográfico que la Semana Santa de Zamora supo dimensionar al mundo, como otras tantas buenas cosas.

 

 

 

La estética cuidada distingue a nuestra Semana Santa y le aporta personalidad, ya sea imponiendo una atmósfera austera con tonos neutros que salpicada de colores en pátinas, o en las flores. Blancas para las Vírgenes, rojos e iris morados, según hablemos de crucificados o nazarenos. (Y tirando de recuerdo ajeno, rosas amarillas para una despedida).

Y van adornando unas mesas que también son nuestras, hemos creado una escuela. Quizá porque Jesús anduvo en la mar, aquí las imágenes surcan las calles en mesas a la zamorana. Son navíos de madera, con mascarones tallados, con calados justos por donde los cargadores respiran y nos ven. ¡Ojo! que hay que ver de dentro a fuera pero no al revés.

Hay un diccionario propio (merlú, barandales, cotanero y hasta un pisahuevos vestido de nazareno que sale por la derecha y este año echará de menos al compañero de la izquierda…) en una ciudad que cuida la escenografía y pone en valor la iluminación o su ausencia; que alterna música con sonidos lúgubres de campanas

y matracas, incluso con un atronador silencio, la devoción íntima con la plena participación; porque podemos se de 1 o de 7 cofradías sin que nos suponga confrontación.

 

De hecho la Pasión zamorana puede presumir que mueve a la mitad de la población…

Un carácter que debería servirle como seguro de pervivencia y Esperanza para la Semana Santa y para esta ciudad; al fin y al cabo lo que relata la Pasión es la Salvación de un pueblo.

El Jueves Santo en Zamora es el día de la Esperanza.

¿Saben…?, quisieron que pareciera sevillana la Señora que luce el verde el Jueves por la mañana. Sin embargo la Esperanza ya se ha hecho zamorana. Y sube como nadie esa calle escalonada, para llegar a tiempo a la Catedral a que le canten la salve todas las hermanas. Sale ella muy temprano, sembrada de estrellas y de peinetas, de tulipas y de capas, y pasa el puente de Piedra, erguida y muy arreglada. Es un manto verde hierba con rocío de mañana el que recorre las calles de mantillas alfombradas.

Y aunque el luto es el color, es un mañana alegre, porque la ciudad se vuelca desde primera hora y sale a la calle con brillo de raso y prendida entre alfileres que sujetan las blondas y el carey. El Jueves Santo ha llegado y Zamora revienta y abre sus puertas, con ese carácter generoso y acogedor que tenemos los zamoranos. En casa las camas se multiplican para dar cabida a los que llegan de fuera, a los que no la conocen o a los que simplemente regresan. ¡Es así de grande el abrazo en Zamora!.

 

VII. LA DIFUSIÓN.

No todos disfrutan por igual, cuando los demás están de celebración, los periodistas están ahí para contarlo y he creido justo recordarlo.

La Semana Mayor de Zamora ha sido “pregonada” a los cuatro vientos. Incluso, el  cinematógrafo vino a finales del siglo XIX para grabar procesiones. Se despertó entonces una necesidad de lograr un reconocimiento fuera a la vez que crecía la preocupación estética en los desfiles.

Desde entonces, los medios de comunicación han difundido este Hecho religioso pero de innegable calado cultural y turístico que ha dado fama, sustento y prestigio a esta ciudad en la que hay, sí, distintas maneras de sentir la Semana Santa; aunque todas confluyen -y eso es lo bueno- en una misma pasión, que venimos pregonando desde los años sesenta. Reconocimiento a quienes me precedieron.

Y a quienes saben mucho y lo comparten; que también construyen la Semana Santa. Les he leído, escuchado; pero también he visto y vivido; acumulado experiencias, incluso de otros, de algunos de vosotros que me las habéis contado; y con todo eso atesorado yo estoy hoy aquí solo para ponerle voz y proclamarlo, compartirlo, como dijo Claudio:

Como si nunca hubiera sido mía,

dad al aire mi voz y que en el aire

sea de todos y la sepan todos.

Ofrecer este pregón es un honor pero hay otros más sencillos ligados a la profesión y al corazón, como cuando alguien con pulso ya tembloroso por el peso de la vida, escribe una carta para darnos las gracias por llevarle a casa su procesión en la que ha estado setenta años pero a la que ya no acude por que «le fallan las piernas». Aquel, que se te arrima para decirte discretamente que estuvo esos días «muy malico» en el hospital, pero pudo vivir la Semana Santa desde la cama. La que te para por la calle para comentarte «el bien» que le hicimos a su madre, «que ya no recuerda porque se le va un poco la cabeza», pero que reconoció en esa imagen a su Virgen. O el joven sacerdote que se quedó estupefacto viendo a su abuela arrodillada ante el televisor cuando enfocamos el rostro del Cristo de las Injurias… ¡Yendo toda la vida a rezar a la capilla y nunca antes lo había tenido tan cerca!.

Eso, eso si que recompensa. Y eso es Semana Santa en vena.

Los ancianos, los enfermos, la Semana Santa es más de ellos.

Y son vivencias compartidas, una carga en equipo, como se hace aquí la Semana Santa, con esa mi otra gente, mi «familia» de la tele, sumando fatigas y cenas (de bocadillo), otra vez como de pequeños, sentados en un bordillo, (comiendo garrapiñadas que hace el padre de un compañero, las más ricas que he probado), y lo hacemos entre cables y fríos, que no impiden que la señal salga, esos días, no del objetivo, sino del corazón, de uno grande que tiene mi equipo.

Así que quiero dedicar este pregón: a esos periodistas y cámaras (técnicos), cuyos textos y planos también son Semana Santa; una que se me ha grabado en la retina y que he traído aquí para compartirla con todos, igual que hicieron los antiguos trovadores y cronistas; los que escribieron antaño, los que estarán por llegar y los que hoy lo trabajan, que son profesionales a respetar (incluso, cuando no guste el titular.)

 

 

VIII. LA AUTENTICIDAD.

En añejas fotos vemos las procesiones en blanco y negro como lo es todo atrás en el tiempo. Decenas de personas caminan junto a las pequeñas mesas o detrás de ellas; sólo se ven toquillas de punto, abrigos negros, pañuelos tapando el pelo.

No son turistas, son gentes sencillas que caminan junto a unos pasos que solo escuchan el sonido de su aliento. La Semana Santa existía antes de que fueramos ricos, de que se hicieran más pendonillas o se contrataran bandas en otras provincias. Nuestra Pasión interior tiene que seguir siendo nuestra y auténtica, sin necesidad de más aditivos, porque es un legado espiritual y cultural, una responsabilidad a preservar.

 

Quizá no estaría demás una comisión de expertos y no perder nunca el marchamo de la austeridad.

Hazme una cruz sencilla,

carpintero…

sin añadidos, ni ornamentos…, escribió León Felipe.

 

En Zamora, la historia más antigua es la de la Cruz Verdadera.

 

La Vera Cruz tiene el encanto de una procesión vieja, de túnicas de terciopelo, algunas morado ajado que marcaban veteranía y que se mantuvieron firmes en la difícil época del raso.

Pero en Semana Santa, lo que no cambia es el símbolo.

Abre el desfile el emblema, el compromiso: La Santa Cruz. Y detrás de ella, la tarde de ese Jueves que en Zamora reluce más que el sol, -al menos en nuestra memoria- nos trae el relato completo de las horas previas a la tragedia.

Las escenas se suceden: El Lavatorio, La Santa Cena, La Oración del Huerto, Jesús implora en Zamora, entre los olivos secos de tronco, vivos de ramas que con tanto cariño cambian. El Prendimiento, una pirámide de sentimientos, que paso tan bien compuesto. Siguen camino adelante La Flagelación, La Coronación, el Ecce Homo, pasajes que nos recuerdan que si hablamos de Jesús: «la Salud está en el fondo de la herida».  17

La Sentencia, en un elegante diálogo plástico lo muestra todo: la servidumbre de los oprimidos, la inacción de los poderosos, la justicia a medio camino, y el Corazón resignado. Delante, el dedo acusador que al final le condena. Desfila la hipocresía. El Evangelio lo relata en palabras de Caifás: “No comprendéis que conviene que uno muera por el pueblo y que no perezca la nación entera» . 18

Pasa Jesus Nazareno con su pequeña cruz de escopeta, le sigue su madre, Dolorosa derramada en lágrimas. Es un desfile brillante.

Las cofradías históricas de Zamora son la representación iconográfica más completa de España, tenemos todo el Vía Crúcis. Y quizá deberíamos sacarlo a las calles, como este año, variando los pasos;    No sería extraño, fue un clérigo zamorano el que hizo una de las primeras traslaciones de la Vía Dolorosa.

Zamora es un Museo de Semana Santa en sí misma. La ciudad fue pionera en tener uno, que se ha quedado obsoleto y ahora se hará otro nuevo, (no espero menos) que debería ser el mejor Museo de Semana Santa en esta ciudad para que Zamora fuera un referente, porque lo necesita y se lo merece.

Y eso que es imposible encerrarla en uno, por grande que sea, porque la celebración realmente está fuera en cada iglesia, en cada familia de las vuestras, en cada hornada de aceitadas (de mi tía o de Carmina la Toresana), en los ensayos de los coros o las bandas. Y eso no se puede mostrar en frío… ni con guía, eso hay que vivirlo pero lo que se construya servirá para cuidar el legado y mantenerlo porque lo difícil, lo hicieron aquellos que nos precedieron.

 

  1. AGRADECIMIENTO Y HONORES.

A las cofradías, a todos los que, con su esfuerzo, hacen posible que la Semana Santa siga y, al pueblo que participa.

¿Donde residimos, de qué zonas o barrios venimos?. De todos. Esa transversalidad no la consigue nada más en esta ciudad. Y su exposición es la crónica de un éxito colectivo que tiene una fórmula: unión, ingenio y sentimiento. Sentimiento…

Todos lo hemos visto:

Detrás del paso va una mujer; camina descalza con algo que parece una tulipa improvisada, es de cartón o de papel de plata. Le han dejado acompañarlo. Son pies desnudos bajo un corazón que había hecho una promesa. Imposible denegárselo.

Se está preparando para ir a la procesión, ya es un hombre curtido y cano, como siempre lo lleva todo; y entonces, recuerda su voz desde la ventana: «que te dejas el cíngulo». Ella era muy ordenada. Ya no es lo mismo pero le queda la procesión. Eso le consuela.

Ahora es mayor, desde un balcón, frente a la iglesia, así ve pasar a la imagen a la que atendía como a una reina. Ahora le duelen los pies, y la tristeza; dejó su labor de camarera a otra más joven de su misma sangre, ella, cuando la viste, les recuerda.

Prepara el instrumento, el que toca en la banda, junto a su hijo, eso también da fuerzas a lo largo del camino…

Claro que tienen nombres, pero son muchos, los que con su verdad y su emoción la han construído.

Y ha habido generaciones que se implicaron, gentes que sacaron adelante proyectos y procesiones. Gremios o sagas de zamoranos que contribuyeron, algunos con excepcional acierto, a que la Semana Santa sea lo que hoy tenemos. Y no pasa nada por recordarlos…

Yacente. Ya oigo el viático.

El cortejo fúnebre del Yacente llega a Viriato. Miles de personas se achican ante la imagen de un Cristo sin Cruz, de un hombre tumbado; de un Dios humilde y sereno.

La delicada ambientación de las velas acuna la cadencia del recorrido, de sábana y parihuela, de Yacente adormecido. Y es entonces cuando en la oscuridad de la noche, suenan las voces… Gargantas que rompen. El Miserere rasga la tranquilidad de la ciudad. El viento se para, escucha el silencio, la tenue luz alumbra el cortejo y, sin detenerse, avanza el Yacente en la plaza simbólica. En la que es el corazón de Zamora.

Es una vuelta lenta, una imagen eterna… del sacrificio, del valor y el perdón infinito que predica el Yacente, manso y paciente ante el hombre que se yergue, en lo alto de un bronce.

Parece que Viriato continúa guardando el territorio con espíritu de “luchador de trinchera” de patria humilde, de quien sabe que no puede ceder ni un milímetro de lo poco que tiene, porque se quedaría sin nada. El antaño pastor sabe que el triunfo se debe al sudor de los suyos, de los que cayeron, incluso de los que le traicionaron. Cuando los inefables pidieron al imperio su recompensa, obtuvieron por respuesta una frase que ha hecho historia: “Roma, no paga traidores”. ¡Despertemos, que así se escribían las leyendas en Zamora!.

Los cargadores son un poco como aquellos luchadores. Cuando se toca fondo, solo queda ir hacia arriba. Como hacen los hermanos de paso, tras el breve receso tocan sus hombros doloridos, y vuelven a la carga.

La Semana Santa ha sufrido. Hubo un tiempo en que no había listas de espera; la emigración se llevó a muchos hombres, y algunos empezaron a reclutar, vieron claro que la carga aportaba algo más.

Pero los hermanos de paso nos habéis acostumbrado mal. A verlo como algo normal. ¿Qué sería sin la carga?, esa cadencia… Cuántas veces en Semana Santa nos hemos pillado haciendo, este movimiento: un leve cimbreo de un lado a otro. Fíjense la próxima vez, cuando vean una procesión, el que hace ese movimiento, es de Zamora, no falla.

No lo puedes evitar. Llega el paso aguantas la respiración y te mimetizas, es como si procesionáramos con ellos, pero no nos pesa y eso que…

…dicen que daña los hombros, ¡dicen que se ponen faja!.

Dicen que pesa lo suyo, eso dicen cuando cargan.

Y una lo mira y disfruta…

Yo lo que creo es que bailan; bailan los pasos mecidos

por los tambores y bandas.

Y lo hacen tan sencillo, tan preciso, contenido, a paso corto que…

¡mienten los cargadores!,

que no cargan con los hombros;

bajo un paso, aquí en Zamora, no cargan los cargadores.

Eso lo hacen con alas, las alas de sus corazones…

 

Si no, ¿por qué repiten, pero por qué vuelven al año siguiente?. ¡Pero si les duele!

Pues imagino que por lo mismo que una vuelve al paritorio por segunda vez. Porque es un dolor que se olvida… por amor.

Amor a la carga, amor a la Imagen que portan, amor a sus historias y, a la larga, cuando ya no pueden cargar, lo único que les pesa a los cargadores son: los recuerdos.

Bajo los banzos, sacrificio, camaradería y aguante. Y Fe. Fe cristiana, es la nuestra, ¿y qué?.

Un día escuche a un maestro de cargadores, decirlo claro: «Nosotros tenemos fe; y tenemos fe en lo que hacemos». También suma.

 

 

X: UN TOQUE DE FAMILA Y AMISTAD

La Congregación.

Después de la llamada del Merlú, a las cinco de la madrugada suena Thalberg y ya no hay tregua. «Oído, ¿estamos?. Uno, dos, tres, ¡vámonos!» -ordenaba- y el paso volaba, sorteando una lámpara de araña. Jesús Nazareno inicia el Camino del Calvario, los caperuces romos delimitan el horizonte, el percal negro lo tiñe todo. Zamora es escenario de cruces y de agonía.

La banda abre el desfile, cornetas y tambores, rompen con tremendo estruendo la madrugada. ¿Y en qué piensan?, en todo lo que han pasado en el invierno. Y se concentran… y Te despiertan; sobresaltada comienzas a prepararte.  Si esa mañana no madrugas o estás fuera te falta algo el resto de año. ¡Es el día de Zamora!.

La Mañana, para todo zamorano, es siempre como volver a casa: esa madrugada y ellos vistiéndose con túnicas largas y añejas. Eran de mi padre y sus hermanos, de cuando procesionaban con amigos de siempre, sin recogerse las colas porque iban  pocos cofrades.

-«Antonio, ¡que me la pisas!».

Quien le iba a decir a ese mocoso, al que trajo una Golondrina, que años después tallaría el paso titular de la Cofradía, que este 2019 cumple veinte primaveras. Un Jesús de mano tendida dibujado con trazo de artista, un Pedrero que camina, el Nazareno de la escuela de San Ildefonso. Lo firmó el día que falleció su madre. Otra vez, Semana Santa y recuerdos familiares.

Como las cruces de la mañana que en mi casa se hacían para algunos amigos; bien se acuerda, un semanasantero de «pro»: la primera cruz con la que procesionó se la hizo mi abuelo, muy amigo de su padre. Por eso, cuando le llamo, le «espeto» muy agradable: «Soy la nieta del señor Fermín, me tienes que hacer un artículo o una retransmisión». No falla.

La Semana Santa nos conecta y liga los sentimientos a una Devoción, un momento…, incluso a un plato. Para mí, sopas de ajo. ¡Entre los pucheros anda el Señor!, qué razón tenía la Santa; lo que ocurre es que aquí lo sorprendemos más en cazuela de barro, de Pereruela o Moveros.

El frío de la mañana y llegar a las Tres Cruces es todo uno. Mis padres las hacen la noche anterior. No hay otras sopas igual. ¿Cómo explicas a los de fuera esa receta?. Pimentón, ajo, pan y agua, ¡pues vaya!; con lo sibarita que está hoy día la gastronomía, así no las vendemos. Lo que tienen es cariño. Pués ahí está: ¡ése el ingrediente divino!.

Ahora ya vamos pocos pero hace años, mi casa se llenaba más que El Pozo o El España. Los cofrades, y los que habíamos salido de noche, descansaban por el salón o las camas.

Los pasos abajo, aparcados. La procesión se reordena. Inicia la marcha El Cinco de Copas. El sayón marca el camino, el paso emblemático. Arranca el baile infinito, ese que tanto nos marca. Su marcha es como himno, como un rito para tantos… Y luego va La Caída, ese pasmo de Sicilia zamorano; ese Cristo de rostro dulce y túnica bordada con maestría. Valentín Mireles, en eso, era un artista como lo han sido también monjas como las Marinas.

Qué contraste Redención, aunque no me extraña que ese paso sea tan nuestro; Simón el de Cirene venía del campo, lo cuenta el Evangelio; ¿cuántas gentes de la provincia se han acercado a ver las procesiones a la capital cuando los pueblos bullían. Con su presencia, también construyeron la Semana Santa

 

De ellos cada vez hay menos.

“El Redentor camino del Gólgota” así se iba a llamar cuando aquellos visionarios hicieron el encargo a un reputado Mariano Benlliure.

Completan el pasaje Las Tres Marías y San Juan, pero no se dejen engañar, no son solo cuatro figuras, debajo tienen toda una plantilla y mucha familia que les anima.

Jesús Nazareno de la Congregación, La Verónica, pasa La Desnudez preparándonos para lo que nos espera: La Crucifixión, la obra más completa de don Ramón. ¡Cómo pueden ir en un paso nueve figuras, componiendo una escena con tal fuerza que el espectador, que desde abajo no puede ver el rostro de Cristo, se da cuenta de lo que padece tumbado sobre la Cruz, mientras los sayones se empeñan, a martillazos, en hacer de la carne y la madera toda una!

En difícil equilibrio La Elevación, hasta que todo el drama queda colocado en La Agonía. ¡Diós mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?.19 Cierra el cortejo la Virgen de la Soledad, la Señora de esta ciudad a la que los pasos le muestran respeto con la reverencia.

¡Qué procesión!, La Congregación lo tiene todo. Es un poco costumbrista, como Zamora misma, y ésta es un poco como la esculpió Ramón Álvarez. Él inició la renovación de la imaginería procesional y compuso una Pasión a escala. Sus pasos encajan en las calles. Pero es que además, creó una escuela, Aurelio de la Iglesia, Ramón Núñez, Miguel Torija… Los imagineros diseñaron la Semana Santa que hoy consideramos nuestra.(Me explicaban los pasos en la Plaza Mayor o desde el balcón de casa…Así que)

Cuando veo un arbol siempre pienso en qué habrá dentro. Los escultores lo saben y evitando los nudos, sacan de entre las vetas y los anillos esos rostros que son de otro mundo porque están hechos con las entrañas, las del artista y las de la naturaleza, con las raíces de la tierra. Y nos gusta así porque en Zamora somos un poco como la madera, pero no una cualquiera -bien me lo explicó mi padre, que de madera sabe- nosotros no somos madera de astilla, aquí somos de la noble y de la buena.

Como de la que tallamos la amistad. Hace años iba a casa de una buena amiga en la que las túnicas de su padre pendían de cada puerta. «Es para que se oreen», decía. Me invitaba a merendar esos días y, nada más llegar, me ponía a limpiar o envolver medallas.              En esa casa, (en la de Paquita q.e.p.d) siempre había que hacer cosas de Semana Santa, recuerdo el martilleo de la máquina de escribir. ¡Cuánto trabajo hay detrás para que las cosas salgan adelante!. Mi amiga -fíjense si marca la Semana Santa- se llama Soledad; su hermana mayor, Verónica. De la Verónica a la Soledad. Éso solo pasa en Zamora.

Cada uno a su manera, ha incorporado la Semana Santa a la vida y eso hace que sea más valiosa. No hay que morir de éxito pero la verdad, llega y nos crecemos, todos eficaces, un año tras otro.

425 ha cumplido el Santo Entierro.

Es la nuestra una Pasión de contrastes, de luces y sombras -decía el Obispo Buxarráis-; como el Viernes Santo, ¿o llueve o hace cuarenta grados?. No me refiero a eso. Es que ese día es de luto, sin embargo las calles bullen y la ciudad está alegre porque han venido todos, como en un adelanto del Encuentro. Es entonces cuando el relato cristiano y Zamora se tienen que dar la mano con respeto y la alegría debe contenerse porque pasa el Entierro. “Yo te aseguro, hoy estarás conmigo en el Paraiso”.

La Real Cofradía pone en la calle un solemne funeral. Abre de terciopelo negro la Magdalena -¡qué bien la llevan!-, vemos como el Centurión se convierte, pasa El Cristo de las Injurias, al que luego descienden para que lo abrace la Piedad. Y después del Descendido, La Conduccion parece caminar, a San Juan y Nuestra Señora, los llevan como una Flecha, El Retorno del Sepulcro, un cortejo abatido sobre el túmulo, que se transforma en una Urna señorial. Culmina la Virgen de los Clavos. Los escoltas, de gala, nos guardan todos los pasos.

No me he olvidado de La Lanzada: «Los soldados quebraron las piernas a los otros, pero no a Jesús. A Él le traspasó el costado una lanza y salió sangre y agua». 21 ¿Recuerdan? Así aprendíamos la Historia Sagrada (y ya no había otra forma de ver las estampas); impresionados contemplábamos los pasajes bíblicos que algún mayor nos relataba tan bien, que no tragabas saliba hasta que pasaba la banda. En este caso el pequeño corazón de niña se encogía entre las notas de una marcha que ascendían en remolino entre las patas encabritadas del caballo de Longinos. La Catequesis plástica estaba conseguida una vez más. Este pasaje religioso «trotó» hasta 1955. Como en otros pasos, cuentan que las ruedas sustituyeron a los hombres, hasta que a finales de siglo, un grupo de cargadores -como mi hermano- hicieron cabalgar de nuevo a Longinos entre cruces cimbreantes por las calles de Zamora.

Este año el Santo Entierro procesionará con todos sus pasos a hombros. Lo ensayó en su aniversario y ese día a la entrada del Museo vi algo, vi como un viejo jefe de paso, encorvado sobre un bastón tomó aliento, fuerza y vigor y se puso más tieso que los varales del palio cuando le dejaron meter a «su» Virgen de los Clavos. Sesenta años unido a un paso. ¿Y qué problema hay si eso emociona?

El Viernes volveremos a asistir junto a los nuestros al Entierro, porque aquí la Semana Santa es una historia de amistad y en el descanso, igual que ocurre el Jueves Santo, nos reencontramos y merendamos. Mi pandilla es muy normal, un reflejo de Zamora. Hay p.ej. Fidalgo, Prieto, Colino, Fernández, Avedillo, Boizas, Pedrero y Alba. ¡Ahí es nada!. Alguno no desfila, pero viene; otros son cofrades, están los que cargan, las que procesionan en familia de estameña, las que solo procesionan de peineta… Y nos reunimos porque ese valor de la amistad es una comunión buena, aunque no sea la mejor fecha, porque la marchas fúnebres marcan el compás esa jornada.

Quiero hacer un reconocimiento a los músicos que ponen a la Semana Santa   una banda sonora con corazón. Soy fan de las Bandas de Zamora. Tocan piezas cargadas de recuerdos: Mater Mea, Dolor de una Madre, Cristo de la Sangre un lujo que sigan sonando. Y por supuesto, la marcha de Thalberg que se pega y tarareas…

Gracias a los músicos, ¡qué palizas se pegan, qué frío pasan a veces!. Y muchos van desde niños, ¡qué disciplina, qué acierto!. ¡Ay! si creáramos escuelas de música, velas, bordados o imaginería…, ¡cuanta ocasión perdida!.

Pongamos en valor lo bueno que tenemos, y lo bien que lo hacemos.

Que la ciudad reviva. Hay que creérselo y hay que exponerlo. Y si es bueno para la gente, si nos hacen sentir las calles llenas y las casas alegres, seguro que Jesús nos comprende: “No he venido a juzgar al mundo -dijo- sino a salvarlo“. ¡Pero si fue capaz de perdonar cosas mas graves…!

 

 

  1. LA MADRE.

Nuestra Madre

¡Santo Cristo de las Angustias! ¿O es que, en todo este rato, no han visto lo que le han hecho?.

Ahí va Jesús con su Madre, sujeto en el regazo del desgarro, prendido con el alfiler del desaliento, y sin embargo, sereno. Mientras, las espadas del dolor le atraviesan a María el corazón.

Os tengo en mente siempre, los afligidos,  padres y madres que habéis perdido a un hijo, el dolor más amargo que existe. La Semana Santa es más vuestra que de nadie.

Qué estampa la de Zamora. Como si siguiera siendo su niño, Nuestra Madre parece que le acuna con su dulzura, como cantándole una nana de la ternura. Mírenla:

«Una mujer morena

resuelta en luna

se derrama hilo a hilo

sobre la cuna.

Ríete, niño,

que te traigo la luna

cuando es preciso.»  22

(Qué bonito escribía el poeta, Miguel Hernández, también es fecha hoy, para recordarle). ¿Y qué problema hay si el amor es universal?.

Si ya vemos lo importante, si la Madre de todas las madres, pasea en Zamora a la luz de unas velas que no la consuelan porque tiene que entregar a su hijo al regazo de la tierra. Y al final, se queda sola.

La Soledad:

En Zamora al dolor le hemos puesto cara enmarcada: toca blanca y lienzo negro.

Con La Soledad, «de pobre», es que no puedo.

A pesar de la corona, la Virgen de Zamora es un baño de humildad. Camina delante de nuestras miradas contagiando sobriedad, luto, decoro…, toda ella es sensibilidad. Ya no hay angustia en su postura, tan sólo hay soledad. Esas manos abrazadas, sus lágrimas de cristal; ese viento en las mejillas que siempre sopla impotente para no dejarla nunca sola. Todo el tiempo la acaricia y ondula su hábito tejido de melancolía, en un lento caminar. «Todo está cumplido».    El luto cubre Zamora.

…Había trasiego ese día, junto a la emoción por procesionar. Lo preparaba con mi hermana, a la que siempre imitaba. Planchabas la cinta de la medalla, ajustabas la vela que nunca encajaba…

-«Si te falta abrigo te dejo uno…»

Antes de la capa, las niñas no vestíamos de negro. Así que, como en las procesiones antiguas de la provincia

teñías hasta los zapatos si era necesario: Manoletinas las llamábamos (se ve que éramos más taurinos antaño).

Alumbrábamos a la imagen, intentábamos coincidir junto al paso, y susurrábamos un nombre hasta que asomaban los dedos por la celosía del paño. Dentro, unos queridos amigos cargaban; mi otra familia que siempre en Semana Santa regresaba.

Casi toda la vida en Zamora, nos hemos pasado esperando una llegada.             Son días en que la ciudad se multiplica honesta, justa y sentida; Zamora nunca os fallará y os acogerá a todos los que tengáis en el corazón el billete de vuelta; sea por lo que sea, sin preguntar. Hermanos, amigos, hijos de la Soledad. Los que no nos hemos ido, os esperaremos siempre en la iglesia de San Juan.

Después de la Salve, que deben cantar todas, llega el momento en que Ella, regresa a su templo. Luz de vela, calor de tulipa y cera. Llamas arriba, himno de España.

Toda Zamora en ese momento está unida en la plaza. ¡Y es que la Madre hace piña!. Cuantas veces repetimos que la tradición pasa de padres a hijos… ¿Y la madre?.

Porque en Zamora tenemos cada uno la suya y luego una para todos, aunque está sola. La Soledad, representa sin quererlo, a esas generaciones de mujeres invisibles que le ponían el alma en cada detalle de la vida y de la Semana Santa, y nunca pidieron nada.      Como la madre, que da la Vida, aunque ella se quede con las manos vacías.

¿Y qué es la Resurrección sino el triunfo de la vida?.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO 12. UNA HISTORIA DE SUPERACIÓN: LA SALVACIÓN.

Doce como los meses del año que vivimos, como una rueda que vuelve al inicio.           Año a Año. Siglo a siglo. En Semana Santa llegamos siempre hasta el último capítulo, acaba en: Resurrección.

Adorno las varas la noche antes, para salir con mis hijos y mis sobrinos.

La “Resu” es como una alegre alborada que ha incluido, con acierto, la música de David Rivas y la flauta de Pedraza. Esa mañana todo acabará en torno a una mesa con el “dos y pingada” para celebrar la vida con la familia.

Los bordados carbajalinos del tamborilero abren el cortejo. Subimos desde la Horta, tomamos el refrigerio y en medio de la Plaza, por fin, llega el Encuentro. La Madre recibe al Hijo entre flores y salvas. Y todos, con la mirada, tiramos del manto negro. ¡Surge un jardín de claveles reventones, lazos de España y Zamora, arco iris en cintas de colores!.

Es domingo, estoy cansada cuando todo acaba, pero es feliz la alegría que nos embarga. La Resurrección invita a la vida, a la algarabía de las romerías de Gloria que cruzarán la provincia.

Todo ha cambiado, «…sus heridas nos han curado» 24 dijo Pedro, el discípulo que un día le negó. El mensaje de Jesús que prevalezca, el del Amor.

Y recogemos. Guardamos las túnicas, raspamos la cera… pero es inútil, la Semana Santa se nos agarra al alma y a las piedras.

La ciudad vuelve a quedarse vacía, más muda, menos llena de los nuestros. Y llega otra soledad.

Hay que verlo con perspectiva, nuestra Semana de Pasión, quizá no será Patrimonio de la Humanidad pero, como el del poeta, es un legado común, de lo local hacia lo universal, que siempre será el Patrimonio de los zamoranos y eso vale más que cualquier distinción.

¿Qué otro pueblo tiene una época al año en la que solo vive de besos y abrazos?

Si algún día la Semana Santa y Zamora hacen fondo, todos debemos tomar aire y volver a esforzarnos para levantarlas. Como hacen cofrades y cargadores de forma anónima pero unidos en cada procesión, por el bien común, para que luzca el paso y sin darse importancia.

Ahora lo saben, mi imagen es La Soledad, pero por la Semana Santa de Zamora y para esta ciudad, soy capaz de cambiar. Por el futuro de mi tierra, yo me quedo, con la Esperanza…

Gracias y feliz Semana Santa.

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